DECEPCIÓN Y TRISTEZA
Permítanme hablarles de mis sentimientos, la decepción y la
tristeza que me embargan. Durante muchos años he visto como cada vez que
estallaba un conflicto entre Israel y los palestinos se elevaba en España un
clamor mediático y en no poca medida universitari0 contra Israel y, creía yo
que por extensión simplista, contra los judíos.
Pero me he convencido de que el simple era yo. El clamor no
se elevaba entre ese grupo presuntamente intelectual por simpatía con los
musulmanes ni con los árabes. No hay simpatía particular hacia ellos. De otro
modo habríamos visto a la prensa y a los medios universitarios clamar contra
ambos bandos en Siria, que han asesinado según las estimaciones de las agencias
de las Naciones Unidas entre 150.000 y 200.000 civiles, cifras que multiplican
por mucho los muertos civiles de Gaza en la guerra actual contra Hamás.
No, no hay simpatía hacia los otros. Lo que hay es algo más
sencillo: odio al judío. Unos dicen que los judíos tienen mucho dinero y mucho poder,
pero en nuestro país, que es nuestro más directo entorno y desde donde podemos
analizar la vida que fluye, no hay ningún banquero judío, ningún político judío
de primera o segunda fila, ningún militar judío de alta graduación, ningún
judío que tenga más poder que el de su saber hacer. No, necesariamente el poder
judío no debe ser la causa.
Creía yo, con buena fe, que ese antisemitismo estaba el
inconsciente español que contra el judío por motivos históricos de origen
religioso. Pero en el inconsciente puede haber sentimientos de desconfianza, de
desprecio o de cierta antipatía, porque lo que es el odio no está nunca en el
inconsciente. El odio está en el consciente.
Hace ya algunos años, casi diez, tuve una experiencia
personal de ese odio, pero no lo consideré odio, sino antisemitismo causado por
la ignorancia y la propaganda. Ocurrió en la Universidad Complutense de Madrid.
Se iba a celebrar un coloquio sobre Racismo y antisemitismo en la actualidad en
el edificio de Sociología y Ciencias Políticas. Y nos recibieron con gritos de
¡Fuera Israel! y unas octavillas contra el coloquio en que particularmente se
me citaba a mí como “usurero”. Los que me conocen saben que eso es tan falso
como que sea alto y rubio. Ellos no me conocían de nada. Eso sí, sabían que yo
ocupaba por aquel entonces un cargo sin peculio alguno en la Federación de
Comunidades Judías y que yo era judío. Y, claro, yo era “usurero” por ser
judío. Aquello no era Berlín de 1933, era Madrid y se había iniciado el siglo XXI.
Tampoco eran nazis los que gritaban sino grupos que se decían de izquierda. Y
en la conversación imposible que entable con algunos de ellos, me decían que no
estaban contra los judíos, sino contra los sionistas. Pero cuando les hice
notar que si me acusaban de usurero sin conocerme era precisamente por ser
judío, siguieron gritando igual que antes. Cualquier razonamiento era inútil.
Hoy medito, ante el conjunto de artículos anti-judíos que estamos leyendo, que aquello
no era producto de la ignorancia ni del inconsciente, sino una manifestación
temprana del odio consciente al judío.
Y de ahí mi decepción y tristeza. He vivido más de setenta
años entre españoles. He estudiado en colegios españoles y en la universidad
española, he trabajado aquí toda mi vida laboral, aquí me casé y aquí nacieron
mis hijas y mis nietos. El español es mi lengua y España mi país. Y ahora
reflexiono, con todos mis años a cuesta y me hago la pregunta que el judío
alemán se podía hacer en los años treinta en Alemania: ¿cómo no me he dado cuenta
de que tantos convecinos me odiaban, no por lo que haya hecho, sino por lo que
soy? ¿Tan ciego he estado? ¿Tan
desorientado e ingenuo he sido?
Cuando veo que un periódico de tirada nacional, propiedad
mayoritaria del grupo italiano RCS (antiguo Rizzoli), es capaz de publicar en
la misma semana dos columnas de opinión en la que se justifican las expulsiones
que los judíos hemos sufrido a lo largo de los siglos por el veneno que
llevamos dentro, no me genera tan solo rabia. Me genera algo más trascendente y
duradero: una gran decepción y tristeza. La tristeza de saber que mi vida ha
transcurrido en una sociedad en la que mucha gente siente odio hacia lo que
soy.
Jacobo Israel Garzón
Escritor
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